Comienza Abraham su relato indicándonos cuánto él deseaba recibir el derecho de los padres así como el gran conocimiento. La mejor fuente para obtener lo que buscaba estaba entre los patriarcas que eran contemporáneos a Abraham, entre ellos Noé y Sem. No es misterio que José Smith relaciona a Sem con Melquisedeq el cual es un nombre título, obtenido por algún logro en su ministerio.
El libro de Jasher nos relata lo siguiente, como parte de la tradición judía:
“Y el Señor estaba con Abram en la caverna y él creció, y Abram estuvo en la caverna por diez años, y el rey y su príncipe, adivinos y sabios, pensaron que el rey había matado a Abram.
Y Harán, el hijo de Terah, el hermano mayor de Abram, tomó una esposa en esos días. Harán tenía treinta y nueve años cuando la tomó y la esposa de Harán concibió y dio un hijo, y él le llamó Lot.
Y concibió nuevamente y tuvo una hija, y ella la llamó Milca; y concibió nuevamente y tuvo una hija y ella la llamó Sarai.
Harán tenía cuarenta y dos años cuando engendró a Sarai, lo que ocurrió en el décimo año de la vida de Abram; y en esos días Abram y su madre y su nodriza salieron de la caverna, puesto que el rey y sus súbditos habían olvidado el caso de Abram.
Y cuando Abram salió de la caverna, fue donde Noé y su hijo Shem, y se quedó con ellos para recibir instrucción del Señor y sus vías, y nadie sabía dónde estaba Abram, y Abram sirvió a Noé y a su hijo Shem por largo tiempo.
Y Abram estuvo en la casa de Noé por treinta y nueve años, y Abram conocía al Señor desde la edad de tres años y él caminó por las vías del Señor hasta el día de su muerte, como Noé y su hijo Shem le habían enseñado; y todos los hijos de la tierra en esos días habían transgredido en gran manera contra el Señor, y se rebelaron en su contra y sirvieron a otros dioses, y olvidaron al Señor que los había creado en la tierra; y los habitantes de la tierra, en ese tiempo, se hicieron cada uno su Dios; dioses de madera y piedra que no podían hablar, escuchar ni librar, y los hijos de los hombres les servían y llegaron a ser sus dioses” (El Libro de Jasher, cap. 8:26-9:6).
Como todo libro apócrifo mantiene algunas discrepancias con los canónicos, pero nos muestra lo que es parte de la tradición y creencia antigua del pueblo hebreo.
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